Cinco botellas compro, cinco botellas pierdo. Todas, menos mi botella azul.
Llevo días dándole vueltas al tema. ¿Por qué nunca pierdo mi botella azul? La llevo a todos lados. Tiene mil rayones y bollos.
Entonces, cuando paso por alguna tienda, pienso que me tengo que comprar una nueva para jubilarla.
Cuando tengo la nueva, la empiezo a usar ilusionado. La llevo al gym, la uso en casa, me la llevo a alguna reunión.
Y la pierdo.
Y vuelvo a mi botella azul que —por alguna extraña razón— no había tirado.
Ella está esperándome en algún cajón. Con la goma de su tapón desgastada.
La cojo y le pido perdón mentalmente. Y ella me perdona a la primera. Sin pedir explicaciones, me sonríe (todo lo que una botella de metal puede sonreír) y, en seguida, ya somos de nuevo un equipo; vamos juntos al gimnasio o a dar un paseo. Y ella hace exactamente la función que le pido: me da de beber cuando tengo sed.
No es la más bonita. No es la más nueva. No conserva el frío como las demás ni es ergonómica.
Pero está siempre conmigo.
No dejo de darle vueltas. ¿Por qué no la pierdo y las otras sí?
Llevo semanas observando mi relación con ella. Si soy consciente de dónde está o cuántas veces al día pienso en ella.
Y me he dado cuenta de que mucho más de lo que creía. Ahora que lo estoy anotando mentalmente, aunque antes no reparaba en ello, me he dado cuenta de que siempre sé dónde está.
Siempre sé en qué lugar de mi casa está y, si de repente no lo sé, busco en los lugares donde suele estar, la veo, y respiro. Nunca jamás me la he olvidado porque soy consciente de la cantidad de veces que esa botella azul me ha quitado la sed cuando lo he necesitado.
Ella ha celebrado conmigo momentos importantes, como cuando llego de correr más kilómetros de los que esperaba y me ha quitado la sed. Pero también ha estado junto a mí, al lado de mi cama, para ayudarme a pasar una mala resaca.
Otras botellas van a entrar y salir de mi vida. Más bonitas, más modernas, más espectaculares. Botellas que perderé. Que estarán de paso.
Mi botella azul seguirá conmigo muchos años. Quizás para siempre, quién sabe.
Espero que sí.
Y cuida de tus amigos. Solo tienes unos.