Hoy estaba andando por el supermercado y de pronto me he acordado de la merienda que me preparaba mi madre: pan con chocolate y mantequilla.
De pequeño, para mí, la felicidad era eso: mi madre me recogía del cole y llegábamos a casa. Me quitaba el abrigo y me sentaba en el suelo del cuarto de estar. Ella me traía mi bocata de chocolate y yo me lo comía con tranquilidad mientras veía Verano Azul. Saboreaba cada bocado mientras descubría la vida a través de un televisor de tubo donde no ponían absolutamente nada más que lo que estaba viendo.
Y no sabéis cómo lo disfrutaba.
¿En qué momento le dimos la vuelta a todo? ¿Qué ha pasado para que ahora necesitemos una puta piscina olímpica llena de cosas para ser felices?
He subido a casa y me he comido mi bocata preferido mientras miraba por la ventana. Y mientras lo he hecho, no he pensado en absolutamente nada más que en eso.
En el pan, en el chocolate y en la mantequilla.
En la cremosidad y dulzura del chocolate con leche mezclándose en mi boca con la sal de la mantequilla. Y cuando el dulce y el salado, que son la vida misma, se han fundido en una sola cosa, he sentido cómo todo estaba bien. Me he divertido masticando el crujiente del pan hasta que lo he domado. Y he agradecido a la miga cuando llegaba para ponerlo todo más fácil.
Y en ese momento no ha existido nada más. He intentado no pensar en lo que me estaba perdiendo o en lo que estaría haciendo la persona del balcón de enfrente.
¿Sabéis por qué disfrutábamos antes tanto?
Porque era eso y nada más. Y lo que hacíamos, casi siempre, estaba bien.
Y creo que ya es hora de pasar a la acción. Estoy cansado de conversaciones acerca de que el cerebro se nos está atrofiando. De que el problema es que hay demasiado donde elegir. Nos pasamos el día hablando y no hacemos absolutamente nada para cambiarlo.
Es hora de volver al pan con chocolate y mantequilla. Y relajarse un poco.
No son mil destinos. No son mil vestidos. No son cinco estrellas. No son quince planes.
Es el pan, el chocolate y la mantequilla.
Olvidarte de lo que te estás perdiendo y disfrutar de lo que estás ganando.
Y masticarlo todo lentamente sin pensar en nada más.