Podría ser tu mejor amiga o amigo, quien siempre ha estado ahí para ti. Tu colega de trabajo que te ayuda con el Excel cuando estás aprendiendo. Tu madre que te ama, tu padre que te apoya en todo y te hace reír, tu hijo adolescente que lleva semanas encerrado en su cuarto sin querer salir ni hablar con nadie, o el amor de tu vida…
No se suicidan los locos, como dice la gente. El suicidio es una decisión fatal tomada por una persona que sufre profundamente y no encuentra otra salida. Es dolorosamente común y atraviesa familias, comunidades y generaciones enteras.
Este 10 de septiembre se conmemora el Día Mundial de la Prevención del Suicidio.
Cada año, alrededor de 700 mil personas mueren por esta causa en el mundo. Según la OMS (2023), es la cuarta causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años. En México, el INEGI (2022) reporta que por cada mujer que se suicida, lo hacen en promedio cuatro hombres. Detrás de cada número hay una historia interrumpida y un silencio que no supimos escuchar como sociedad.
En consulta escucho con frecuencia que quienes luchan contra la depresión también se enfrentan a frases como: “échale ganas”, “no exageres”, “el que se enoja pierde”. El mandato de la felicidad se aplica con tiranía: parecer alegre es una obligación, y cualquier emoción incómoda, como la tristeza o el enojo, se ve como un error que debe eliminarse. El resultado: quienes más sufren sienten que no tienen derecho a pedir ayuda.
El sociólogo Émile Durkheim ya señalaba en 1897 que el suicidio no es un asunto individual, sino un espejo de la sociedad: cuando las personas se sienten desconectadas o atrapadas en normas imposibles de cumplir, aumenta la desesperanza. Más de un siglo después, la psicología lo confirma. El investigador Thomas Joiner sostiene que el suicidio aparece cuando coinciden tres factores: sentirse una carga, percibir aislamiento social y perder el miedo al dolor.
A esto se suma el papel de las redes sociales, que amplifican el malestar. Investigaciones recientes muestran que el uso excesivo de plataformas digitales (más de 2 horas al día) se asocia con mayor ansiedad, depresión y riesgo suicida en adolescentes y adultos jóvenes. La comparación constante —cuerpos perfectos, vidas exitosas, relaciones aparentemente ideales— construye un estándar imposible de cumplir. Es un escaparate donde todos parecen felices, mientras el dolor real se esconde bajo la alfombra.
Señales de alerta
Habla de querer morir o sentirse una carga.
Aislamiento marcado o despedidas inusuales.
Cambios bruscos de ánimo.
Aumento o abuso en el consumo de alcohol o drogas.
Cómo acompañar
Pregunta directamente: “¿Has pensado en hacerte daño?” No le mete ideas: abre la puerta para que no se sienta solo/a.
Escucha sin minimizar: evita “échale ganas” o “otros están peor”. Mejor: “gracias por confiar”, “quiero ayudarte”, “no estás solo/a”.
Evalúa seguridad: si hay riesgo inmediato, no dejes sola a la persona y busca ayuda urgente.
Conecta con profesionales: acompaña a llamar o agendar una cita. La atención temprana salva vidas.
Permanece: un mensaje al día siguiente, una caminata, un café. La continuidad protege.
Si tú eres quien sufre
No estás exagerando. Pedir ayuda es un derecho.
En México, llama a la Línea de la Vida: 800 911 2000.
Si el riesgo es inmediato, marca al 911.
Habla con alguien de confianza hoy.
El suicidio no se previene con frases bonitas, sino con vínculos significativos, escucha y acompañamiento profesional. Hablar salva vidas. Una sola conversación honesta puede ser la diferencia entre la vida y la muerte de quienes amas.
Caro Hernández