Disfrutar en soledad: el acto femenino más punk

Mi esposo viaja mucho por trabajo. Cuando comento esto con alguna vecina o mujer de al menos una generación mayor, su respuesta suele ser la misma: una mirada de lástima o de compasión… quizá de ambas.
Como si el hecho de estar sola unos días fuera una tragedia. Esa reacción siempre me hace pensar: ¿por qué para tantas mujeres la soledad sigue viéndose como sinónimo de sufrimiento y no como una oportunidad?

Antes que nada, es importante distinguir que soledad y desolación no son lo mismo.

  • La soledad puede ser un estado elegido, en el que nos acompañamos a nosotras mismas, lo que incluso favorece la creatividad y la claridad mental.

  • La desolación, en cambio, es la experiencia de vacío y desconexión, donde la ausencia de compañía se vive como abandono.

Durante décadas, el valor de una mujer ha estado ligado a su rol en relación con otros: ser esposa, madre o cuidadora.
La filósofa Simone de Beauvoir ya lo señalaba en El segundo sexo: la mujer fue definida históricamente como “el otro”, en función del hombre (apenas una guarnición en el plato fuerte de la vida).
Desde esa mirada, estar sola equivalía a fracaso o abandono.
Claro, eso fue escrito en 1949 y, sin embargo, esta idea sigue reflejándose en la mirada de muchas mujeres.

Afortunadamente, ya tenemos autoras contemporáneas que han resignificado este escenario:

  • Sara Ahmed escribe sobre la soledad como resistencia frente a mandatos sociales que dictan que una mujer debe estar acompañada para estar “completa”.

  • Rebecca Solnit reivindica la soledad como un territorio fértil de creatividad, lejos de la idea del “final feliz” basado únicamente en casarse o formar pareja.

En mi experiencia, la clave está en cómo habitamos los momentos en compañía de nosotras mismas.
Si tú estás acostumbrada a dirigir tu energía hacia otros, la soledad puede ser desconcertante y dolorosa.
Pero hoy quiero que sepas que también puede ser tu oportunidad para volcar esa atención en ti.

Cuando estés sola, piensa en ello como una invitación a conocerte: ¿qué disfrutas?, ¿qué necesitas?, ¿qué te emociona?, incluso ¿qué no podrías hacer en compañía de otros?

Si aún no sabes cómo, empieza con paciencia, con rituales sencillos: leer, caminar, escribir, cocinar algo únicamente para ti o ver esa película que te llama la atención pero a nadie más se le antoja.
Mantén vínculos significativos desde la elección, no desde la necesidad.
Y si descubres que no puedes evitar sufrir la soledad, busca acompañamiento profesional: la terapia puede ayudarte a transformar el miedo en oportunidad de crecimiento.

Volviendo a mi vecina: para ella, quedarse sola es una desgracia. Para mí, puede ser una oportunidad de escribirte a ti este artículo, de escuchar música o conocerme mejor.

La soledad es un terreno que podemos elegir habitar con miedo o con gratitud.
Puede ser tu refugio, tu laboratorio creativo o tu espacio de libertad.

Y, sobre todo, nos recuerda algo bien importante:
antes de compartirte con alguien más, tienes la responsabilidad de aprender a disfrutar de tu propia compañía.

Caro Hernández

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