Las alas de Lía

A veces, la ternura de un hijo puede ser más protectora que cualquier arnés,
y el amor —ese invisible que no se rompe con los años—
termina por darnos alas que no se ven, pero que siempre nos sostienen.

—Momsy ♥

—Papá, ¿tú vuelas?
Samuel se detuvo en seco. Iba saliendo al trabajo cuando su hija, Lía, de apenas cinco años, le lanzó la pregunta como quien lanza una piedra al cielo, sin saber si regresará.
—¿Volar? No, mi amor. Solo subo a los postes para arreglar los cables.
—Pero están altísimos, ¿verdad?
—Sí. Bastante.
—¿Y si te caes?
Samuel tragó saliva. Nunca le había gustado mentirle. Pero tampoco quería preocuparla.
—Por eso uso arnés y casco. Estoy muy bien cuidado.

Ella lo miró fijamente, con ese gesto que solo tienen los niños cuando no les convence una respuesta.
—Yo quiero darte algo más fuerte —murmuró.

Esa tarde, mientras su madre cocinaba y su padre trabajaba a más de quince metros de altura, Lía recortó cartones, pegó plumas de papel, dibujó estrellas y corazones. En el centro de cada ala escribió con su caligrafía temblorosa: “No te caigas, papá”.

Las pintó de amarillo, su color favorito. Y en la parte trasera puso dos cintas para que él pudiera ponérselas como una mochila.
Al día siguiente, lo esperó en la puerta.
—Toma. Son tus alas. Ahora sí puedes volar.

Samuel se quedó mudo. Las alas eran pequeñas, torcidas, desiguales. Pero a sus ojos eran las más poderosas del universo.
Se arrodilló, se las puso y la abrazó tan fuerte que casi la deshace.
Prometo llevarlas siempre, Lía. Me protegerán más que cualquier arnés.

Y lo cumplió.
Desde ese día, Samuel nunca sale sin esas alas en la mochila. A veces, cuando sus compañeros se burlan con cariño, él solo sonríe.
Estas me salvan más de lo que creen —dice.

Un día, mientras reparaba una línea en medio de una tormenta repentina, sintió el miedo morderle el pecho.
El viento golpeaba con furia, la escalera crujía. En un momento de tensión, su mano falló… pero el arnés aguantó.
El corazón le latía en la garganta. Se detuvo. Cerró los ojos. Y pensó en las alas.
Estoy bien, pequeña —susurró al cielo—. Tus alas me tienen.

Las alas de cartón se han ido desgastando con el tiempo. Tienen manchas de grasa, están dobladas en las puntas, y una de las plumas ya no está.
Pero siguen colgadas en la entrada de la casa, como un talismán, como una promesa.

Lía, ahora con seis años, ya no teme tanto.
—¿Llevaste las alas?
—Siempre —responde Samuel, tocando su pecho.

Porque hay gestos que no necesitan grandeza. Solo verdad.
Un par de alas de cartón puede ser el escudo más fuerte cuando nace del amor.
Y a veces, solo a veces… volar no es despegar los pies del suelo, sino tener una razón poderosa para seguir subiendo.

Reflexión

Hay regalos que no cuestan, pero valen toda una vida.
Lía no solo le dio a su padre un pedazo de cartón con plumas,
le dio fe, cuidado y una razón para volver cada día a casa.
Nos recuerda que el amor, cuando se da desde la pureza, se vuelve protección, destino y vuelo.
Porque al final, todos llevamos en la espalda las alas que alguien nos dio para no caer.

_____________________________________________________________________________________________________

Texto de autor desconocido (sabiduría popular)

Compartir:

Artículos relacionados