Si revisas el chat cada cinco minutos esperando un mensaje que no llega, si te conformas con un “te extraño” que no se traduce en acciones, lo que sientes es hambre, no amor.
Ser migajera/o es el deporte extremo de aceptar menos de lo que mereces y justificarlo para no enfrentar la verdad: no le gustas.
Es vivir esperando que el otro cambie con la magia de tu amor y un día se dé cuenta de lo mucho que vales.
Desde la psicología, este patrón suele tener cuatro ingredientes:
- Superficialidad emocional
- Apego ansioso
- Ego frágil
- Competitividad
La superficialidad emocional aparece cuando “te enamoras” de alguien que apenas conoces, pero llenas los huecos con tu imaginación.
Te enamoras del potencial, no de la realidad. Por eso, las migajeras no se enganchan con la persona, sino con la idea de lo que esa persona podría ser.
El apego ansioso viene desde muy lejos. Quienes lo desarrollan crecieron sintiendo que el amor había que perseguirlo para no ser abandonadas.
El cerebro confunde la incertidumbre con intensidad. Es el efecto del refuerzo intermitente: como una máquina de casino, da esperanza cada vez que “cae premio”, aunque sea chiquito.
El ego frágil completa la trampa. El migajero justifica los abusos porque aceptar que no lo quieren sería reconocer su herida más profunda: no sentirse suficiente.
Así, se convence de que el otro “no sabe amar” o de que “solo necesita tiempo”.
Y mientras tanto, su autoestima se diluye como un terrón de azúcar en el café.
La persona migajera entonces se vuelve competitiva. Quiere ganar el amor como si fuera un trofeo, demostrar que “él/ella sí puede hacerle quedarse”.
Pero lo que realmente busca es validación, no amor.
Estas personas viven la indiferencia como una agresión a su estatus.
No soportan sentirse descartadas o reemplazables, por eso se obsesionan con la conquista.
No buscan tanto al otro, sino reparar su propia herida de rechazo.
Inconscientemente, eligen a personas con tres componentes:
- Desapego emocional
- Afecto intermitente
- Prioridades divididas
Cuanto más inaccesible es la persona, más irresistible se vuelve el desafío.
Si te identificaste, respira.
Aquí te comparto, de corazón, tres pasos para dejar de ser migajera/o:
Acepta lo que ves, no lo que imaginas.
Si alguien te quiere, se nota. Si no te quiere, se nota más.Hazte responsable de tu hambre emocional.
Reconoce de dónde viene y aprende a darte tú lo que esperas que otro te entregue: tiempo, cuidado, ternura, validación.Cierra el ciclo sin drama y con dignidad.
No necesitas castigar ni vengarte, solo soltar.
Quien no te elige, te libera.
Mientras sigas esperando que alguien más te llene, seguirás aceptando migajas.
Y el problema, cariño, es que de migajas jamás te vas a llenar.
Caro Hernández