Me hace mucha gracia eso de mi persona vitamina. No en plan mal. Me genera risa de la sana y de la buena.

No lo puedo evitar.

Cuando estoy en un corro de gente, en un evento o en una mesa y alguien lo dice me quedo mirando anonadado y me siento guay. Pienso “Joder, qué bestia. Lo ha dicho.”

Todas esas mierdas que se ponen de moda como las camisetas Levi’s, los Napapijri, beber agua con limón por las mañanas o las air fryer.

Me hacen mucha gracia.

Los humanos somos unos buenos zumbados, joder. Si algún alien nos está observando desde fuera tiene que estar partiéndose el ojete —si tiene ojete— 24/7.

También me encanta la gente que dice que tiene mucho carácter.

“Yo es que tengo mucho carácter”.

Me flipa.

En cierto modo toda esta gente son mis personas vitamina, la que me dan fuerza para caminar en mi día a día y abrirme paso en esa puta jaula de grillos que es Madrid.

Mi persona vitamina es un mendigo que toca la guitarra debajo de mi casa, en la Plaza de San Ildefonso. Lleva toda la vida tocando la misma canción: “La del amor, la de la muerte, la de la vida.” Bebe cerveza, huele fatal, le suda todo completamente la polla y creo que es bastante feliz.

Mi persona vitamina es Madonna, que parece que tiene la cara hecha de esos globos hinchables que usan los payasos y le da exactamente igual.

Mi persona vitamina es María, la china del súper debajo de mi casa, que obviamente no se llama María. No tiene ni puta idea de español pero habla el mejor idioma del mundo que es SU español. Y siempre me río con ella.

Mi persona vitamina es ese chico que ves andando por la ciudad con una mochila, que no se ha duchado en 10 días y que posiblemente esté dando la vuelta al mundo con todas sus posesiones metidas en esa mochila. Lo ha dejado todo y se ha salido de la rueda de hámster. Yo estoy metido en la rueda del hámster hasta las cejas. Así lo he elegido y así moriré.

Ambas cosas están bien. Ambas vidas son igual de dignas.

Creo que, a veces, su libertad me da envidia.

Y no pasa nada por reconocerlo.