Abracemos la sencillez y volvamos a disfrutar

Siempre me ha gustado la gente rara. Siempre he preferido a los frikis a las personas que le dan tres vueltas a todo y que, aunque en un primer momento no me enamoren, me acaban enganchando por su forma extraña de ver la vida.

Para que os hagáis una idea el otro día, una amiga, me llamó coleccionista de monstruitos.

Y no os voy a engañar: tiene razón.

Las personas me gustan raras y, cuanto más raras, mejor. Creo que todo el mundo que ha dejado su impronta en la historia y que a mi me ha conquistado –aún sin haberles conocido en persona– han sido unos locos de cojones. Podría poner unos cuantos ejemplos pero iba a ofender a demasiadas personas y mira, chico, en Madrid es festivo y no quiero líos.

La cosa es que esto, que tan claro veo en las personas, lo estoy empezando a ver igual de cristalino en el resto de cosas que me rodean.

Pero al revés.

Hamburguesas, bares, comida japonesa, edificios, una boda, whatever.

Para mi, cuanto más normal, mejor.

Normal no es malo. Normal es bueno. Porque lo normal no intenta esconder sus defectos con adornos y florituras que están fuera de lugar.

Normal: esa palabra a la que todos tenemos tanto miedo y rechazo. Creo que estamos sometidos a tantos estímulos faltos de contenido y ridículos que nos lo estamos llevando a las cosas que realmente nos importan. Y esto es muy peligroso.

Porque lo normal ya no nos llega, y necesitamos disfrazarlo de absurdeces para creer que nos sacia.

Pero no nos sacia.

Es un mal endémico: ya NADA nos sacia. Y os aseguro que una hamburguesa con salsa de galleta Lotus no nos va a curar.

El primer nigiri del que me enamoré era un trozo de atún que descansaba en un puñado de arroz. Y nada me hace sentir tanto como lo hace esa pieza.

La hamburguesa que me robó el corazón fue la de Alfredos. Carne, pan, lechuga y tomate.

En la boda que nunca olvidaré no había un fotomatón.

El bar al que vuelvo una y otra vez apenas tiene nombre.

Y el pan con mantequilla y chocolate que me transporta a mi infancia es tan simple que asusta.

Es la belleza de la simpleza y es imbatible.

Luchemos por lo normal.

Apartemos las sobras.

Abracemos la sencillez.

Y volvamos a disfrutar.

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