Cuando el lobo ama

Hay días en que el corazón recuerda.
Recuerda lo que es quedarse cuando todos se van.
Lo que es cuidar, incluso cuando ya no hay fuerzas.
Y entonces, me acuerdo del lobo.
De esa forma suya tan silenciosa y feroz de amar.
Tan parecida —pienso yo— a quienes no amamos a ratos… sino para siempre.

Aquí te dejo este susurro.
Para ti, que sigues creyendo en quedarse.

— Momsy ♥

Dicen que el lobo,
cuando ama… no repite pareja.

No cambia con los años.
No se marcha con el invierno.
No desaparece en la tormenta.

Se queda.
Porque eligió.
Una sola vez.

No porque no pueda empezar de nuevo…
sino porque no quiere hacerlo con nadie más.

En su mundo,
la lealtad no es una opción.
Es ley.
Es raíz.
Es refugio.

Cuando el lobo ama…
ama con el cuerpo entero.
Con los silencios,
con las huellas,
con los colmillos si hace falta.

No promete…
acompaña.
No dice…
hace.
No exige…
protege.

Caza,
pero no come solo.
Aúlla,
pero escucha.
Se adelanta,
pero regresa.

Y si su compañera tropieza…
si ya no corre como antes,
si su mirada se apaga,
si se cansa o se rompe…

No la deja atrás.
Nunca.

Se adapta a su paso.
La espera.
La cuida.

Se queda.

Porque el lobo no busca comodidad…
busca compañía.
No una historia perfecta…
sino una historia compartida.

Y así como se entrega a su pareja,
también vela por los suyos.
Por su manada.
Por sus crías.
Por todo aquello que ama.

No con discursos.
Con actos.
No con flores.
Con fuego.

Por eso puede vivir entre la nieve,
entre el hambre,
entre los peligros…

Y aun así,
amar como el primer día.

Porque lo suyo no depende del clima.
Ni del calendario.
Depende del corazón.

Y en este mundo,
donde muchos cambian de piel con el viento…
aún quedan lobos que eligen quedarse.

Y quedarse…
de verdad.

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Autor desconocido

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