La historia de Clara Montejo nos recuerda que los dones jamás se pierden, simplemente esperan el instante oportuno para volver a florecer. En medio de un mundo que a veces olvida la fuerza de la comunidad y la magia de la tradición, la música se revela como un puente eterno que une generaciones y despierta lo mejor de nuestra humanidad.
—Momsy ♥
En el pueblo de San Isidro, todos conocían a Clara Montejo por su voz. Durante décadas fue la profesora de música de la escuela, la mujer que enseñaba a los niños a cantar villancicos en Navidad y a entonar himnos en las fiestas patronales. Su piano, colocado en el centro del aula, era un símbolo de alegría.
Pero los años pasaron, y con ellos la jubilación. El piano quedó cubierto de polvo, y Clara, ahora con 70 años, apenas salía de casa. Su voz se había debilitado, y aunque aún podía cantar, prefería no hacerlo. “¿Quién querría escuchar a una vieja desafinada?”, pensaba con tristeza.
El pueblo también cambió. Los niños ya no cantaban en las plazas; preferían sus auriculares y pantallas. Los festivales que antes unían a las familias se habían vuelto silenciosos.
Una tarde, un grupo de jóvenes de secundaria llamó a la puerta de Clara.
—Profe, necesitamos ayuda. Queremos participar en un concurso de música en la ciudad, pero no sabemos por dónde empezar. Nos dijeron que usted… era la mejor.
Clara los miró sorprendida. Hacía años que nadie la llamaba “profe”. Su primer impulso fue decir que no, pero algo en las miradas nerviosas de esos chicos le recordó a sus antiguos alumnos.
—Pasen —dijo finalmente, y abrió la puerta.
Los jóvenes quedaron boquiabiertos al ver el viejo piano. Clara lo destapó y, con dedos temblorosos, tocó una melodía sencilla. Las teclas sonaron oxidadas, pero aún tenían vida.
Así comenzó lo que el pueblo bautizó más tarde como “el milagro de la música”. Durante semanas, Clara enseñó a aquellos jóvenes canciones corales, armonías y la disciplina de ensayar juntos. Poco a poco fueron descubriendo que cantar unidos los hacía sentir parte de algo mayor.
—Profe, ¿por qué insiste tanto en que escuchemos al de al lado?
—Porque cantar no es lucirse uno solo. Es aprender a ser parte de una voz más grande.
La noticia corrió por el pueblo: “Clara volvió a enseñar música”. Y pronto más niños y hasta adultos comenzaron a unirse a los ensayos. La vieja casa se llenaba de voces cada tarde, devolviendo un eco de vida que hacía años no se escuchaba.
El día del concurso llegó. Clara se quedó entre bambalinas, mientras los jóvenes cantaron con una fuerza inesperada.Aunque no ganaron el primer premio, la ovación fue ensordecedora.
De regreso al pueblo, no hubo reproches ni decepción. Los vecinos organizaron un concierto en la plaza. Clara fue invitada a sentarse al piano y, por primera vez en años, se animó a cantar. Su voz era más frágil, pero conmovió aún más.
Ese verano, San Isidro volvió a llenarse de música. Los festivales regresaron, los niños volvieron a cantar en las calles y el piano de Clara dejó de estar en silencio.
En el corazón de todos quedó grabada una lección: la música no es de quien la enseña ni de quien la canta; la música pertenece a quien se atreve a escucharla.
Reflexión
Clara creyó que su voz se había apagado, pero descubrió que su verdadero poder era despertar las voces dormidas de los demás. Así es la vida: lo que pensamos que está marchito puede renacer con más fuerza cuando lo compartimos. La música de Clara no solo regresó a su pueblo, sino que sembró esperanza, unión y alegría. Porque lo esencial —aquello que realmente nos define— nunca se pierde, solo espera ser escuchado de nuevo.
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Texto de autor desconocido (sabiduría popular)