El Poder de un Sueño: La Historia de Leticia

En medio de la sierra, donde el polvo y la necesidad son maestros silenciosos, nació una historia que merece ser contada.

La historia de Leticia, una niña que vivió entre el rechazo, la soledad y la dureza de la vida, pero que encontró en las palabras y en los libros la fuerza para soñar y transformar su destino.

En un lugar donde la realidad parecía imposible de cambiar, Leticia mostró que la esperanza y la educación pueden ser alas que llevan más lejos que cualquier obstáculo.

—Momsy ♥

Leticia fue mi alumna en la escuela Justo Sierra, enclavada en la sierra, donde el polvo y la necesidad eran maestros silenciosos. Tenía once años.
Once años de conocer la escasez y la dureza de la vida.
De vestir la misma ropa heredada, gastada por el tiempo y la tradición.
De luchar contra los bichos de día y de noche.
De una nariz que no dejaba de escurrir, como un grifo sin válvula.
De un cabello largo y descolorido, convertido en tobogán de piojos.

Y aun así, Leticia era de las primeras en llegar a la escuela.
Tal vez porque allí podía soñar que era alguien más.
Tal vez porque, en las aulas, la magia de los libros le ofrecía un respiro, aunque al final del día volviera a enfrentar el asco y el rechazo.

Nadie quería trabajar con ella en equipo. Nadie le dio la oportunidad de demostrar su inteligencia.
El repudio fue su única lección.

Me desconcertaba ver cómo algunos niños con las mismas condiciones eran aceptados, pero Leticia no.
Las niñas no la querían cerca.
Yo solo podía hacer recomendaciones que nadie escuchaba.

En ese tiempo me preguntaba:
¿De qué sirve leer cuentos a niños con hambre?
¿Puede la fantasía alimentar tanto como el pan?

Yo quería creer que sí. No sabía hasta dónde.

Les contaba historias. Cada semana, dos veces, les ofrecía relatos como ventanas a otros mundos.

Un día narré La Cenicienta.
Cuando el hada madrina transformó a la joven harapienta en una princesa de vestido vaporoso y zapatillas de cristal, Leticia aplaudió con fervor.
En su rostro había una súplica muda.
Los demás se burlaron.
Hubo regaños. Hubo miradas.

Otro día les pregunté qué querían ser de grandes.
Los sueños se desplegaron: astronautas en un pueblo donde ni el autobús llegaba, maestros, soldados, artistas…

Cuando le tocó el turno a Leticia, se puso de pie, levantó el rostro y dijo con firmeza:
¡Yo quiero ser doctora!

La carcajada fue instantánea. Cruel.
Leticia se encogió en su asiento, invocando en silencio a un hada madrina que nunca llegó.

Terminó el ciclo escolar y me fui.
La vida siguió.

Quince años después, regresé a esa tierra.
Iba en el autobús cuando alguien me reconoció.
¡Usted es el maestro Víctor Manuel! —dijo, con los ojos brillantes.
Ese mero soy yo —respondí, sorprendido.
¿No me recuerda, maestro? Soy Leticia… y soy doctora.

Mis recuerdos se atropellaron.
Leticia. La niña que nadie quería cerca.
Ahora, una mujer vestida de blanco, de pie, segura, luminosa.

Se bajó en el crucero, dejando, como Cenicienta, la huella de sus zapatillas en el estribo del autobús.
Alcancé a escuchar sus últimas palabras:
Trabajo en Parral… búsqueme en la clínica tal.

Fui a la clínica. No la encontré.
Ni la enfermera ni el conserje sabían quién era.

Era demasiada belleza para ser verdad.
Me lamenté. Pero, antes de irme, hablé con la directora.

Y sus palabras revivieron mi fe:
La doctora Leticia trabajaba aquí. Una mujer increíble. Humana. Entregada a los más necesitados.
¡Esa es la persona que busco! —grité, con el corazón acelerado.
Pero ya no está con nosotros —dijo la directora.
¿Se murió? —pregunté, temiendo lo peor.
¡No, maestro! —rió—. Se ganó una beca. Ahora está en Italia.

Leticia sigue aprendiendo. Sigue enseñando.

Y yo sigo preguntándome:
¿Cuál es el sortilegio que transforma las palabras en alas?
¿Cómo se equilibra la balanza de la justicia social?
¿Cuándo empezó el despegue de Leticia y por qué no ocurrió con los demás?
¿Qué fuerza esconde una mujer que desafía todos los límites?

Ya no quiero ser el maestro de Leticia.
Ahora quiero ser su alumno.
Quiero que me enseñe cómo una oruga se convierte en ángel.
Y, sobre todo, quiero descubrir cuál fue la varita mágica que la convirtió en la princesa de su propio cuento.

El maravilloso poder de las palabras.

Reflexión

Las palabras, cuando se siembran en tierra fértil —aunque esté cubierta de polvo y carencia—, pueden germinar en alas que llevan más lejos que cualquier transporte. Leticia es la prueba viva de que un sueño, por más ridiculizado que sea, puede florecer si se riega con la fe propia y el trabajo incansable. No siempre hay un hada madrina, pero siempre puede haber un libro, una voz o una historia capaces de cambiar un destino y transformar vidas.

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Texto de autor desconocido (sabiduría popular)

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