Mi mejor amiga está a punto de casarse. La he acompañado en esta nueva aventura y me siento muy feliz por ella.
Conforme se acerca la fecha, he notado que en su corazón conviven emociones variadas: la ilusión de dar un paso tan importante junto a la persona que ama… y la ansiedad de que todo salga perfecto.
Mi amiga era de las que decía que “no se volvería loca como todas las novias a las que le toca fotografiar” (porque es una fotógrafa muy talentosa).
Spoiler: esta mujer no contaba con que una boda no solo une a dos personas, también arrastra expectativas familiares, presiones económicas, comparaciones sociales y un montón de temas que pueden convertirse en fuente de angustia.
Volteo a ver mi propia boda y es claro: yo también viví esa revolución emocional.
Me descubrí insegura con mi cuerpo, y esa sensación se intensificaba cada vez que escuchaba a mis invitados decir: “Gracias por invitarme, me voy a poner a dieta desde ya”.
Esos comentarios, que seguro no tenían mala intención, alimentaban mi propio diálogo interno de exigencia.
De pronto, lo que debía ser un día de amor y celebración estaba atravesado por una lucha silenciosa con mi reflejo.
Afortunadamente, encontré a un colega que me acompañó para llegar a ese día en paz conmigo misma y con mi pareja.
El matrimonio, desde la sociología, es un ritual que marca una transición vital y, como todo rito, está cargado de expectativas y presiones colectivas donde participan familias, amigos y hasta mandatos culturales.
Desde la psicología sabemos que los momentos de gran cambio activan nuestras inseguridades y pueden surgir miedos, dudas sobre nuestra valía o necesidad intensa de aprobación.
Y una boda, al exponernos frente a toda nuestra red social, puede detonar estos viejos fantasmas.
No podemos negar que alrededor de una boda surgen emociones difíciles:
Estrés y perfeccionismo, con la idea de que todo debe salir impecable.
Inseguridad corporal, alimentada por la presión social de “verse perfecta”.
Tensiones familiares y de pareja, al decidir invitados, gastos o tradiciones.
Ahora respira, porque al mismo tiempo este evento tiene una cara increíblemente luminosa:
ver a tus seres queridos reunidos para celebrar y sentir su apoyo, que nos recuerda que no estamos solos en este mundo.
Yo agradezco haber sido capaz de soltar lo que no era tan importante para mí.
Delegué en mi wedding planner las decisiones sobre flores, servilletas o manteles, y me enfoqué en lo que de verdad me emocionaba:
Crear la playlist de la fiesta.
Elegir con el hombre más increíble qué canción bailaríamos por primera vez como esposos (ese baile en la sala de nuestro hogar fue mágico).
Pensar qué canción bailaría con mi padre y con mi madre.
Preparar el momento de caminar al altar acompañada de ambos, uno de cada brazo.
Ese instante en el que vi a tanta gente que amo reunida y sentí que mi esposo me recibía en ese espacio lleno de amor y buenos deseos… es algo imposible de explicar o de replicar.
En esa atmósfera me agradecí por haberme dado permiso de escribir mis votos sin miedo a sonar cursi.
Si hay un día para dejar hablar a tu corazón, es el día de tu boda.
Nada pasa dos veces en la vida de la misma forma.
Por eso, mi consejo más honesto es: vive tu boda como un evento irrepetible, con autenticidad y entrega total.
Si tú estás por decir “Sí, acepto”:
Habla de tus miedos con tu pareja. Compartir inseguridades fortalece la intimidad y reduce la presión individual.
Pon límites sanos con tu familia. No todo se puede complacer y le toca a la pareja definir lo prioritario.
Busca acompañamiento profesional. La terapia individual o de pareja puede ayudarte a liberar ansiedad y llegar a ese día con más serenidad y apertura.
Recuerda que ni tu boda ni tú “tienen que” cumplir con estándares sociales.
Haz pausas, respira y delega tareas. Tu bienestar mental es más importante que un centro de mesa.
Tal vez por eso las bodas nos mueven tanto: porque ponen sobre la mesa nuestros fantasmas individuales y colectivos, nuestra necesidad de conexión y pertenencia.
Ninguna boda es perfecta, y ni falta que hace.
Lo verdaderamente importante está en lo que viene después: la vida compartida, la complicidad cotidiana y el amor que se construye todos los días, mucho más allá de las fotos.
Caro Hernández