Estamos rodeados de mitos: sólo usamos un diez por ciento de nuestro cerebro, la muralla china se ve desde la luna o el pelo y las uñas siguen creciendo una vez que hemos muerto.
Todos falsos.
Y todos tienen una misma raíz: “siempre me han dicho que era así”.
Uno de mis cuentos favoritos es el experimento de los monos, los plátanos y la jaula: unos científicos encierran a cinco monos en una jaula con plátanos colgados del techo. Cada vez que uno intenta alcanzarlos, el resto son rociados con agua fría. Con el tiempo, todos los monos aprenden una cosa:
“Los plátanos no se tocan”.
Pasado un tiempo, reemplazan a uno de los monos por otro nuevo. Éste, al llegar, intenta coger un plátano pero el resto de los monos le frena.
Con el tiempo, todos los monos son reemplazados y ninguno intenta tocar los plátanos a pesar de que no saben la razón original del castigo.
“Aquí siempre se han hecho así las cosas”
Mitos. Creencias.
Hay más.
Siempre nos han dicho que a medida que nos hacemos mayores es normal ir perdiendo amigos por el camino. Pues bien, yo el otro día –y sin pensarlo mucho– decidí escribir a un amigo con el que llevaba mucho tiempo sin hablar.
Hola. ¿Nos tomamos una caña?
Quedamos. Hablamos. Llegamos a la conclusión de que todo había sido un malentendido.
Ahora estamos reconstruyendo. Han sido cinco años y no queremos forzar las cosas pero poco a poco estamos recuperando.
Lo hemos cogido con mimo pero con ganas; creo que los dos nos negábamos a asumir que donde hubo algo tan grande no quedase nada.
El amor ganó al orgullo.
El amor ganó al mito.
El amor es mucho más fuerte que todo.