Lo he visto en redes sociales, en la calle y por supuesto en mi consulta:
a los hombres les enseñan desde pequeños que mostrar emociones es “de débiles”, “de niñas”, “de afeminados”.
Bajo esa consigna, la ternura, el miedo o la tristeza quedan prohibidos, y en cambio se les permite casi exclusivamente el enojo.
Crecen aprendiendo que llorar es vergonzoso, que pedir ayuda los hace menos hombres y que la vulnerabilidad es un lujo al que no tienen permiso de acceder.
El propio investigador que acuñó la idea de “macho alfa” en lobos (David Mech, 1970) se retractó décadas después:
descubrió que en realidad los lobos no viven en jerarquías rígidas de alfa-dominante, sino en grupos familiares donde la cooperación es lo más importante.
Sin embargo, el concepto se quedó en el imaginario popular y en la cultura de la autoayuda masculina, muchas veces usado como sinónimo de “el hombre que manda, que no muestra debilidad, que tiene éxito con las mujeres y controla a los demás”.
La psicología ha estudiado este fenómeno:
el sociólogo Raewyn Connell lo llama masculinidad hegemónica, es decir, ese ideal rígido de hombre fuerte, invulnerable, proveedor y dominante.
Y la investigación clínica muestra que cuando un hombre adopta este guion, aumenta su riesgo de ansiedad, depresión y conductas autodestructivas (Mahalik et al., 2003).
Por miedo a ser cuestionados, no comparten sus experiencias emocionales ni con sus amigos más cercanos.
Cuando son acosados o presionados sexualmente por una mujer, no se atreven a decir que no, porque temen que su familia o sus amigos duden de su masculinidad.
La trampa patriarcal es cruel: les da privilegios sociales, pero el costo es la condena de vivir emociones intensas en soledad, sin herramientas para procesarlas.
Entonces queda el enojo.
El enojo como único canal sin restricciones para lo que sienten: frustración, miedo, tristeza, cansancio.
Pero ¿qué pasa con todo lo demás?
¿Dónde queda la ternura, la alegría, la vulnerabilidad de decir “me duele”?
Hoy no existe un modelo público de masculinidad saludable que les diga a los hombres que está bien llorar, pedir ayuda, tener miedo o disfrutar de la ternura.
Solo un manual rígido de cuatro palabras: “Los hombres no lloran”.
La represión tiene un costo.
Según la Organización Mundial de la Salud (2023), el suicidio es la cuarta causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años en el mundo, y en la mayoría de los países los hombres mueren por suicidio entre tres y cuatro veces más que las mujeres.
En México, datos del INEGI (2022) muestran que por cada mujer que se suicida, lo hacen en promedio cuatro hombres.
Son cifras duras, pero ciertas.
Te comparto esta reflexión como lo hago con mis pacientes:
cuando alguien se te acerca y te cuenta que está atravesando dificultades que le hacen sentir miedo o tristeza, ¿cómo te sientes?
¿Lo culpas y lo juzgas o agradeces su confianza?
Entonces, ¿por qué te juzgas a ti mismo con tanta dureza?
Dale a los demás la oportunidad de sentirse tan orgullosos como tú te sientes cuando ayudas a otros con tu empatía y acompañamiento.
Tips para una masculinidad saludable:
No dejes que nadie te diga cómo ser hombre. La masculinidad no tiene un molde único: existen formas más flexibles y saludables de vivirla.
Ponle nombre a tus emociones. Decir “me siento triste”, “tengo miedo” o “estoy cansado” ayuda a procesar lo que sientes y baja la intensidad emocional.
Construye redes de apoyo. No te limites a hablar de trabajo o fútbol: busca amistades con las que puedas compartir lo que realmente te pasa. Estar acompañado protege contra depresión y suicidio.
Pide ayuda profesional. La terapia es un recurso de autocuidado, no de debilidad.
Fortalece tu salud emocional. Ejercicios como escribir lo que sientes, meditar o simplemente hablar con alguien de confianza enriquecen tu experiencia emocional.
La salud mental masculina es un tema urgente.
Mientras no existan guías públicas de masculinidad saludable, cada hombre tendrá que escribir la suya, a su manera y sin miedo a romper con lo que “se espera”.
Ser hombre también puede ser llorar, dudar, abrazar, amar y pedir ayuda.
Romper estereotipos dañinos es el acto más alfa de todos.
Caro Hernández