Vuelo Madrid-Londres

Escribo en mi móvil en un vuelo Madrid-Londres.

Antes, en esta pantalla, no había nada.

Ahora ya hay 23 palabras. No dicen mucho, pero el orden justo en el que las he colocado, los espacios que hay entre ellas y los signos de puntuación que he utilizado, hacen que una parte importante de este planeta entienda lo que quieren decir.

Hace un par de minutos, esta pantalla era una hoja en blanco, un proyecto. De mí depende que acabe siendo algo mediocre o toque algún corazón.

El arte es el sueño lúcido que nosotros controlamos.

Yo decido si quiero echar a volar y ver Madrid desde las alturas, posarme en la azotea de la torre Picasso y fumarme un cigarro mientras suena Chet Baker a todo trapo en toda la ciudad.

Yo decido si quiero vivir una historia de amor con la desconocida que tengo a mi lado.

Yo decido qué pintar en cada folio en blanco que se presenta ante mis ojos. Y todo —absolutamente todo— puede ocurrir.

¿Veis? Ya hay más palabras. Ya están pasando cosas.

Puede ser un lienzo, un trozo de papel, un carrete de fotos o un bloque de mármol, pero todo lo que ha creado el hombre nació de donde no había nada.

El avión en el que vuelo mientras escribo esto. Un haiku. El personaje de Iñigo Montoya en La Princesa Prometida. La letra de “G3 N15” de Rosalía. La alta repostería. La Dama con Armiño. El teléfono que tienes en tu mano. Los violines de An affair to remember de la banda sonora de Sleepless in Seattle. Una silla de madera. Una motosierra. El número 2.

Nada de eso existía antes de que uno de nosotros nos sentásemos ante un folio y empezásemos a hacer desaparecer los blancos que había en él.

Creo que la cosa va de eso: hacer desaparecer espacios en blanco y llenarlos de color.

Tenemos el poder de crear tormentas. Historias de amor imposibles que nos encogen el corazón.

Alguien hizo el azul Klein.

Alguien dibujó el Puzzle de Loewe.

Alguien escribió un montón de letras una detrás de otra hasta llegar al “No volvieron a verse nunca más” y terminó Seda, uno de los libros más delicados que jamás se han escrito.

Y todo lo hicieron delante de un folio en blanco.

Como este, que ya no lo es ni lo volverá a ser jamás.

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