Neurodatos: el nuevo oro digital que entregamos sin darnos cuenta, advierte Anahiby Becerril

Foto: Dirección General de Comunicación Social UNAM

El desarrollo de dispositivos que leen la actividad cerebral ya es una realidad. No se trata de ciencia ficción ni de un futuro lejano. Las neurotecnologías ya están aquí, y aunque prometen beneficios médicos e incluso avances en entretenimiento, también abren la puerta a un nuevo riesgo: el uso y abuso de nuestros neurodatos, esa información íntima que proviene directamente del cerebro. Así lo advirtió la académica Anahiby Becerril Gil, de la Dirección General de Cómputo y de Tecnologías de Información y Comunicación (DGTIC) de la UNAM, durante la conferencia “Del dato al cerebro: privacidad y seguridad en un mundo conectado”, parte del Seminario TIC.

Para la experta, proteger esta información no es una cuestión futurista, sino una urgencia del presente. “Se ha normalizado la entrega de datos biométricos como el rostro, la voz, el iris o la huella digital al usar celulares, relojes o audífonos inteligentes, sin detenernos a pensar a quién se los damos, por cuánto tiempo y con qué propósito”, señaló. Esa naturalización, dijo, se ha vuelto cotidiana: aceptar términos sin leerlos, entregar permisos sin cuestionarlos, todo en nombre de la comodidad.

Pero la comodidad puede costarnos más de lo que creemos. “Si los datos personales son el nuevo petróleo, los neurodatos serán el oro digital”, sentenció Becerril Gil. ¿Por qué? Porque esa información puede ser usada para crear perfiles de usuario increíblemente precisos sin que las personas siquiera lo sepan. Y aunque esto no es necesariamente negativo, el verdadero problema es la falta de transparencia: “No sabemos si nos beneficia o perjudica”, advirtió.

El campo de las neurotecnologías incluye dispositivos capaces de interactuar directamente con el cerebro, leer su actividad o incluso estimularlo. En teoría, fueron creados para tratar enfermedades mentales o neurológicas, pero su aplicación ya se está extendiendo. Empresas como Neuralink, en Estados Unidos, desarrollan chips implantables para conectar el cerebro con computadoras; en Suecia, Flow Neuroscience ha lanzado una diadema que estimula el cerebro para combatir la depresión. Lo que hace unos años parecía ciencia ficción, hoy es una industria en crecimiento.

Y sin embargo, el avance tecnológico ha ido más rápido que la conciencia sobre sus riesgos. “La protección de los datos personales ya no es solo un asunto técnico, es una cuestión de derechos humanos”, aseguró la especialista. Recordó que el artículo 16 de la Constitución mexicana garantiza el derecho a la protección de los datos personales, sin importar su formato. Pero no basta con que la ley lo diga; también debe ejercerse, especialmente frente a instituciones que condicionan servicios a cambio de datos biométricos.

“La tecnología debe servirnos a nosotros, no al revés”, enfatizó. Y dio un ejemplo claro: “Si un banco te obliga a descargar una aplicación y usar tus datos biométricos para brindarte atención, puedes ampararte y exigir que te atiendan presentando una identificación oficial”. Este tipo de abusos, explicó, son evitables si se conoce la legislación vigente y se ejerce.

En este nuevo escenario ha surgido el concepto de ciberneuroseguridad, impulsado por organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas. Se trata de una rama de la ciberseguridad dedicada específicamente a proteger la información cerebral y la conexión entre dispositivos inteligentes y el sistema nervioso. “Sugiere medidas, sistemas, herramientas y políticas para garantizar la integridad, confidencialidad y disponibilidad de estos datos”, explicó Becerril.

La clave, dijo, está en la educación. “Debemos anticiparnos a los riesgos. Las neurotecnologías ya vienen, y no solo con fines médicos. También se está pensando en aplicaciones para videojuegos. Por eso necesitamos educarnos en los riesgos personales, aprender a resguardar nuestros datos biométricos y saber a quién se los estamos dando y por qué”, concluyó.

El llamado es claro: no se trata de rechazar la innovación, sino de buscar un equilibrio justo entre lo que la tecnología nos ofrece y lo que estamos dispuestos a ceder a cambio. La privacidad del pensamiento, una de las fronteras más íntimas del ser humano, ya no es un derecho implícito. Hoy, más que nunca, necesita ser defendido conscientemente.

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