Vivimos en un mundo donde parecer parte de algo importa más que realmente serlo. Una sociedad que te premia si te pones el uniforme, si aprendes el código, si no incomodas.
Y eso NO es nuevo.
Con los años y la convivencia con mis amigas —todas muy diferentes y así las amo (postdata: no cambien nunca, plis)— entendí algo que cambió mi forma de ver las relaciones:
Ne-ce-si-ta-mos tribu. ¡Toooooodos! (Incluso quienes a veces decimos:“Estoy bien sola.”)
Desde siempre, pertenecer ha sido una necesidad humana básica.
Nos da seguridad, sentido, rumbo.
Nadie quiere caminar solo entre lobos. ¿O alguien sí? 👀
Todos, de alguna manera, buscamos nuestro grupito. Un lugar seguro, nuestro refugio.
Y ahí está el problema:
Cuando esa necesidad es más fuerte que el propio juicio.
Cuando, con tal de ser parte, ¡se traiciona hasta la esencia caray!
Cuando el sentido de pertenencia se vuelve obsesión.
“¡¡¡Houston, tenemos un problema!!!”
He visto personas transformarse en caricaturas de sí mismas con tal de ser aceptadas.
Renunciar a ideas, incluso afectos… todo por el simple miedo de quedarse fuera.
Y cuando no lo logran… ¡ya valió!
Se quiebran por dentro.
Algunos se apagan.
Otros (muchos) se endurecen.
Y es ahí donde el alma se vuelve áspera.
Es donde florece la envidia, el juicio, la crítica y la afirmación constante:
“Si yo no lo tengo, entonces tú tampoco deberías.”
Triste, pero REAL.
Así que lo que debería unirnos se convierte en fuente de distorsión.
El amor por el grupo se vuelve fanatismo.
La identidad colectiva, una máscara.
Y la soledad no se resuelve: se camufla.
Lo más irónico es que todo esto parte de un deseo legítimo:
Queremos sentirnos parte de algo.
Pero cuando eso se fuerza,
cuando se busca afuera lo que no está claro adentro,
las consecuencias se sienten y se ven.
Desde mi muy humilde opinión, creo que no se trata de tener miles de “amigos” (seguidores) o estar en todos los chats que, por cierto, me chocan !
Se trata de tener a esas personas con las que puedes ser tú mismo.
Con quienes no hace falta explicar tanto.
Con quienes puedes hablar o simplemente quedarte en silencio…
y aun así sentirte acompañada.
Yo he tenido la fortuna de cruzarme con personas así.
Algunas llegaron cuando menos lo esperaba,
otras donde simplemente nuestros caminos tomaron rutas distintas,
pero todas me enseñaron algo:
Nadie puede con todo solo y NO pasa nada.
Hoy, más que nunca, valoro
A quienes caminan conmigo sin pedir que me convierta en alguien más.
A quienes me recuerdan para donde voy cuando la duda aparece. 🐭
A quienes celebran mis logros como propios.
A quienes, cuando vienen los tropiezos, permanecen a mi lado.
La verdadera pertenencia no debería doler.
No debería exigir disfraces ni pactos de silencio.
Tampoco debería volverse excusa para rechazar al otro o alimentar el ego.
Porque pertenecer de verdad no es encajar.
Es sentirte en casa, de esas donde puedes entrar y te ofrecen un cafecito.
Por eso, si estás leyendo esto y te has sentido sola/o, rara/o, fuera de lugar… quiero decirte algo:
Hay un lugar para ti. Aunque aún no lo hayas encontrado.
Hay personas que están buscando justo a alguien como tú.
Y cuando ese encuentro se dé —porque sí, va a pasar— todo tendrá más sentido.
Ya lo verás. 💫
En un mundo donde muchos gritan para ser vistos,
quizás pertenecer no es tanto una meta… sino una consecuencia.
Una consecuencia de ser auténtico.
De sumar.
De escuchar.
De encontrar a los tuyos… sin tener que dejar de ser tú. ♥
Lucila Ortiz
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