Nos contaron mentiras

Hace unos días tuve el honor de impartir un taller para el fortalecimiento de la autoestima de mujeres que enfrentan el cáncer de mama en Grupo Reto A.C., en Los Mochis, Sinaloa.
Además de la emoción de volver a mi tierra, me conmovió profundamente encontrarme con historias de una valentía impresionante.

Cuando llegué al podio, ya estaban ahí: un portavasos y unos separadores de libros tejidos a mano. Una de las asistentes los había dejado para mí. Era Ana, amiga de toda la vida de mi madre. Ese gesto me inundó de ternura. En medio de la incertidumbre, aún había espacio para un hermoso regalo, para decir con hilo y aguja: “eres bienvenida aquí”.

Ese día, entre risas tímidas, miradas cómplices y abrazos amorosos, confirmé algo que muchas veces olvida quien atraviesa momentos difíciles: tú no eres el problema. El problema es el problema.

Una mujer fue muy generosa al compartir que, desde que le quitaron un seno, vivía con la sospecha de que su esposo la engañaba. Y lo más fuerte es que no era la única. Aún atravesando tratamientos dolorosos, muchas expresaban que su miedo más grande era sentirse “menos mujer”, “menos atractiva”, “menos útil” para su pareja. Como si perder una parte del cuerpo fuera perder también su valor o su belleza.

Estas ideas no nacen solas. Como explica Albert Bandura en su teoría del aprendizaje social, muchas de las creencias que tenemos sobre nosotras mismas no las inventamos: las aprendemos observando a otros, escuchando cómo se habla del cuerpo, del deseo, del valor.
Aprendimos que una mujer “vale” si cumple cierto molde, si agrada, si sirve, si permanece bella o funcional.
Por eso, cuando nuestro cuerpo cambia, también se tambalea nuestra identidad.

Nos contaron mentiras.
El problema no es nuestro cuerpo. El problema son las fábulas crueles sobre lo que vale nuestro cuerpo, sobre si aún merecemos amor. Como si nuestro valor fuera negociable.

Pero si lo aprendido fue una historia, entonces podemos empezar a escribir otra.

Lo dice la Terapia Narrativa de Michael White, y nos pasa a todos: demasiado pronto en la vida aprendemos a confundir nuestras heridas con nuestra identidad.
Confundimos lo que nos duele con lo que somos.
Te dices: “soy ansiosa”, “soy un fracaso”, “soy una carga”, “soy mi diagnóstico”… como si lo difícil que vives tuviera derecho a llevar tu nombre.
No. Nadie es solo lo que le duele.

Nombrar el dolor es importante, pero no es justo olvidar que somos más que lo que nos pasa.
Que somos amigas solidarias, hermanas leales, mujeres llenas de fuerza.
Somos las veces que nos hemos levantado. Las que hemos reído. Las que hemos amado. Las que, incluso con el alma cansada, hemos decidido volver a intentar.

Hoy, yo te invito a ti que me lees a separar quién eres tú de tu dolor:
“La tristeza hoy me está visitando, pero yo no soy mi tristeza.”
“La enfermedad habita hoy mi cuerpo, pero no define mi alma.”
“Tengo miedo, pero no soy cobarde.”

Mereces mirarte con dignidad.
Más allá de tus problemas. Más allá de la historia que otros contaron sobre ti.

Gracias a cada mujer que me compartió su historia ese día.
Gracias a las voluntarias, organizadoras y asistentes que hicieron de ese espacio un recordatorio de todo lo que aún puede florecer, incluso en un terreno incierto.

Tal vez tú también lo has sentido: que no eres suficiente, que te rompiste, que ya no puedes volver a empezar.
Y si nadie lo ha hecho por ti, puedes empezar tú.
Puedes mirar tus propias cicatrices con respeto y preguntarte:
¿Qué historia sobre ti misma estás lista para soltar?
¿Y cuál te gustaría empezar a contar?

Caro Hernández

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