Papa Francisco: Doce años de un pontificado que abrió caminos y corazones

Foto:Archivo Vatican Media

A lo largo de doce años al frente de la Iglesia católica, el Papa Francisco —nacido como Jorge Mario Bergoglio— tejió un pontificado que, más que marcar récords o establecer precedentes, se empeñó en iniciar procesos, encender diálogos, abrir puertas y derribar muros de indiferencia, incluso cuando las resistencias internas y externas fueron palpables. Su liderazgo, profundamente marcado por una visión pastoral, social y humana, dejó huella en múltiples ámbitos: desde la reforma de la Curia Romana, hasta el abrazo a los migrantes y los pobres, pasando por un firme compromiso con la paz, la protección de la creación, el diálogo interreligioso y una Iglesia más abierta, inclusiva y sinodal.

“Comenzamos este camino, obispo y pueblo”, fueron sus primeras palabras desde el Balcón de la Bendición, aquella tarde del 13 de marzo de 2013, cuando, a sus 76 años, fue elegido como el primer Papa latinoamericano, el primer jesuita en ocupar el trono de Pedro y el primero en llevar el nombre de Francisco, inspirado en el santo de Asís. Con ese gesto ya se anunciaban cambios: renunció al uso de la residencia papal tradicional y eligió vivir en la Casa Santa Marta, prefirió automóviles modestos en lugar de limusinas y adoptó una postura clara contra los lujos en la Iglesia. Desde ese momento, el tono de su pontificado quedó marcado por la cercanía, la humildad y el servicio.

No fue un pontificado de frases vacías, sino de gestos concretos. Desde el viaje a Lampedusa, donde arrojó flores al mar en honor a los migrantes ahogados, hasta los Jueves Santos celebrados en cárceles o albergues, Francisco mostró que ser Papa no era ejercer poder, sino acompañar con misericordia. Visitó oficinas del Vaticano para saludar a trabajadores, llamó por teléfono a personas que le escribían y se presentó sin aviso en parroquias periféricas de Roma. Y en medio de todo eso, emprendió 47 viajes internacionales, muchos de ellos a destinos ignorados por sus predecesores, como Irak, Bangui o Sudán del Sur, impulsado por una mezcla de convicción pastoral y valentía personal.

“El viaje más hermoso”, dijo sobre su visita a Irak en 2021, en plena pandemia, entre ruinas marcadas por el terrorismo y con graves riesgos de seguridad. Allí se reunió con el gran ayatolá Al-Sistani, y abrazó a una población desgarrada por la guerra. También abrió la Puerta Santa del Jubileo en la capital centroafricana, gesto sin precedentes, y protagonizó el viaje más largo de su pontificado a los 87 años, cuando recorrió Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur en septiembre de 2024. Cada destino representó temas que fueron constantes en su mensaje: la fraternidad, la justicia climática, la reconciliación, el desarrollo sostenible y la fe.

Uno de sus momentos más simbólicos fue en 2019, cuando en Abu Dabi firmó junto al gran imán Al-Tayeb el Documento sobre la Fraternidad Humana, una hoja de ruta para el entendimiento islámico-cristiano que más tarde sería incorporada incluso en Constituciones nacionales. Ese mismo espíritu de diálogo lo condujo también a Cuba, donde ayudó a acercar a Estados Unidos y el gobierno cubano con cartas a Barack Obama y Raúl Castro, y a encontrarse en La Habana con el patriarca Kirill de Moscú, en un intento de tender puentes con la Iglesia ortodoxa rusa.

El magisterio de Francisco no fue menor. Publicó cuatro encíclicas, siendo Laudato si’ una de las más impactantes a nivel global, por su llamado urgente a cuidar la “Casa común” frente a la crisis climática. Más tarde, con Fratelli tutti, consolidó su visión de una humanidad unida por la fraternidad, una voz profética en tiempos de creciente fragmentación. También impulsó textos como Amoris laetitia, donde habló de la misericordia como centro de la vida cristiana, y promovió cambios que permitieran a personas divorciadas vueltas a casar acercarse de nuevo a los sacramentos.

Las reformas también llegaron al corazón institucional de la Iglesia. Con la Constitución Apostólica Praedicate evangelium, promulgada en 2022, redefinió el mapa organizativo del Vaticano, otorgando funciones ejecutivas a laicos y mujeres. Nombró a la hermana Simona Brambilla como prefecta de un dicasterio, a Raffaella Petrini como gobernadora de la Ciudad del Vaticano y a Paolo Ruffini como el primer prefecto laico del Dicasterio para la Comunicación. Más allá de los cargos, su insistencia en incluir a las mujeres con voz y voto en el Sínodo de la Sinodalidad marcó un avance hacia una Iglesia más participativa y representativa.

Pero también enfrentó momentos difíciles. La lucha contra los abusos dentro de la Iglesia fue uno de sus grandes desafíos. Con el documento Vos estis lux mundi, Francisco estableció procedimientos para la denuncia y el seguimiento de casos, incluyendo el principio de rendición de cuentas para obispos y superiores. Fue una muestra de que, pese a las resistencias, se podía avanzar hacia una Iglesia más transparente y segura, especialmente para los más vulnerables.

En cuanto a los migrantes y refugiados, sus palabras fueron tan constantes como contundentes. “Acoger, proteger, promover e integrar”, resumió en cuatro verbos una acción pastoral concreta frente a lo que él llamó “una de las mayores tragedias de este siglo”. Esta mirada se complementó con su defensa de los pobres y excluidos, con la creación de la Jornada Mundial de los Pobres y almuerzos compartidos con personas sin hogar.

También promovió la sinodalidad, es decir, una forma de caminar juntos como Iglesia, no desde la jerarquía autoritaria sino desde la escucha y el discernimiento colectivo. Instituyó grupos de estudio teológico y pastoral, convocó dos asambleas sinodales, y dejó abierta la puerta a reformas estructurales más profundas a futuro.

En cuestiones sociales y morales, el Papa Francisco mantuvo una postura abierta pero no rupturista. Invitó a la Iglesia a acercarse a las personas LGBT+ con respeto y pastoral de cercanía, insistiendo en que la comunidad cristiana debe incluir “a todos, todos, todos”. También firmó un acuerdo provisional con China sobre el nombramiento de obispos, intentando abrir un canal de diálogo con una Iglesia históricamente perseguida.

Francisco no buscó la fama ni el aplauso. Tampoco gobernó desde el mármol del Vaticano, sino desde la carne viva del pueblo. Sus frases como “pastores con olor a oveja”, “Iglesia en salida”, “cultura del descarte” o “globalización de la indiferencia” quedaron grabadas como faros éticos en un mundo en crisis. Y aunque su pontificado concluyó con su fallecimiento el 21 de abril de 2025, los caminos que abrió seguirán marcando a millones. “Los procesos son más importantes que las posiciones”, dijo alguna vez. Doce años después, el mundo puede constatar que sembró mucho más que reformas: sembró un estilo, una esperanza y una manera nueva de ser Iglesia.

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