Un golpe no educa: violencia infantil sigue normalizada en México, alerta experta de la UNAM

Foto: Dirección Coordinación de Comunicación Social UNAM

En México persiste la creencia de que “un golpe a tiempo” ayuda a corregir el comportamiento de niñas y niños. Esta idea, arraigada en tradiciones adultocéntricas, sigue siendo parte del imaginario colectivo y normaliza prácticas de violencia que vulneran los derechos de la infancia. En el marco del Día Internacional contra el Maltrato Infantil, que se conmemora cada 25 de abril desde 1989, la académica de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM, Carmen Gabriela Ruiz Serrano, llamó a erradicar estas conductas, señalando que “esta acción no transforma el comportamiento de manera consistente”.

La violencia hacia niñas, niños y adolescentes continúa siendo una realidad silenciosa pero extendida. Datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) revelan que en México residen más de 38 millones de personas menores de edad, y el 63 por ciento ha sufrido agresiones físicas y psicológicas como parte de su formación. Pese a la existencia de la Ley General de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, los esfuerzos por garantizar entornos seguros siguen siendo insuficientes. “El problema es cómo se aterriza”, apunta la especialista.

De acuerdo con Unicef, los actos de violencia pueden ocurrir en múltiples espacios, desde el hogar y la escuela, hasta instituciones de cuidado y comunidades. Esta violencia suele permanecer en la sombra: no se denuncia por miedo al agresor, temor a la exposición pública, desconfianza en las autoridades, desconocimiento de los derechos o falta de mecanismos accesibles para reportar.

Carmen Gabriela Ruiz Serrano explica que el maltrato infantil abarca distintas formas: abuso físico, psicológico, sexual, omisión de cuidados y negligencia. “Usualmente en estos conceptos existe una relación con sus contextos más cercanos, es decir, la familia o la escuela”, sostiene. Además, subraya que los efectos del abuso se agravan cuando provienen de personas cuidadoras o con un vínculo cercano. “Ese tipo de excesos afecta su desarrollo biopsicosociocultural”, advierte.

A esta realidad se suma la violencia estructural. La experta señala que fenómenos como la movilidad humana agravan el riesgo para la infancia: niñas, niños y adolescentes que transitan solos o acompañados enfrentan peligros como la captación por grupos criminales o la vulneración de sus derechos. También menciona casos graves como la renta de vientres, donde “antes del nacimiento sus cuerpos y vidas son vendidas”, o la elaboración de material de abuso sexual infantil, que impide el sano desarrollo de la niñez.

Si bien hay intentos por documentar el problema, las cifras reales siguen siendo inciertas. “De acuerdo con datos ofrecidos por Unicef, en México seis de cada diez niños y niñas han manifestado haber vivido algún tipo de abuso”, detalla Ruiz Serrano, quien subraya que esta violencia está normalizada por patrones culturales que justifican la agresión como parte del proceso educativo.

“Todavía en la cultura mexicana sigue la idea de que el golpe a tiempo es un mecanismo eficiente de disciplina. Erradicar este tipo de prácticas es una aspiración, porque como sociedad no hemos comprendido que esta acción no transforma el comportamiento”, reflexiona. Y agrega que el problema no es únicamente doméstico, sino que involucra a todo el tejido social: “Los factores estructurales, el tejido comunitario, tienen un papel importante para inhibir este tipo de expresiones”.

La violencia infantil no solo deja marcas visibles. También transforma de forma profunda el funcionamiento del cerebro y la salud mental de quienes la padecen. “El cerebro crece en 90 por ciento de su capacidad durante los primeros seis años de vida, y si está expuesto de manera permanente a la violencia y al abuso, se inhibe sustancialmente su capacidad empática”, explica. Esta transformación neurobiológica provoca reacciones agresivas, no como imitación, sino como consecuencia de una arquitectura cerebral alterada.

Desde el punto de vista psicológico y emocional, las secuelas incluyen baja autoestima, ansiedad, depresión e inestabilidad emocional. En lo social, las niñas y niños violentados suelen ser etiquetados como problemáticos, excluidos de entornos escolares y rechazados por otras familias.

Para la especialista, la niñez debe ser protegida por toda la comunidad: “Se pertenecen a sí mismos y son responsabilidad de toda una comunidad. Como sociedad debemos brindarles ambientes de crianza cariñosos, respetuosos y seguros, eso nos garantiza relaciones que nos fortalecen como humanidad”. De no hacerlo, las consecuencias pueden ir desde el desarrollo de adicciones hasta enfermedades crónicas.

Aunque el país cuenta con un marco legal, la académica insiste en que es necesario traducir las leyes en acciones concretas. El Día Internacional contra el Maltrato Infantil es una oportunidad para reflexionar y actuar. Porque cada golpe, lejos de educar, deja heridas que pueden durar toda la vida.

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