El otro día me caché revisando si alguien ya había reaccionado a una historia que subí en Instagram. Y no era la típica historia de un matcha o mi desayuno… era una en la que compartía información importante y vulnerable para mí. Pero al parecer, el algoritmo tenía otros planes. ¿Y qué hice yo? Lo que haríamos muchos: me pregunté si lo que compartí era una tontería, ¿y si mejor la borraba?
A todos nos encanta la validación externa. Todos queremos sentir que lo que somos, lo que decimos o lo que hacemos… vale la pena para alguien más allá afuera.
Desde que nacemos, buscamos miradas que nos sostengan. Un bebé que ríe esperando que alguien le devuelva la sonrisa está pidiendo eso: reconocimiento, conexión, ser visto. La validación externa es una necesidad afectiva.
El problema no está en querer ser reconocidos, sino en depender completamente de eso para sentir que valemos algo. Cuando todo lo que hacemos necesita ser aprobado, aplaudido o compartido, nuestra brújula interna se empieza a descomponer por falta de uso. Y con eso, se va también nuestra libertad para ser “yo” de forma auténtica, aunque a veces eso no sea lo más popular del mundo.
¿Por qué nos duele tanto no recibir validación?
Porque el cerebro humano está programado para sobrevivir en grupo. En tiempos ancestrales, ser excluidos era literalmente una amenaza de muerte. Hoy, que alguien nos deje “en visto” puede no ser fatal… pero el sistema nervioso no siempre lo distingue.
Rechazo es igual a peligro.
La antropóloga Margaret Mead decía que el primer signo de civilización no fue una herramienta, sino un fémur fracturado que había sanado. Porque eso significaba que alguien se detuvo, cuidó, alimentó y acompañó a otro hasta que pudo volver a caminar. Es decir, evolucionamos gracias al cuidado mutuo, al sabernos sostenidos.
No es raro, entonces, que sigamos necesitando ser vistos para sentirnos seguros.
Y eso se intensifica en esta era de likes, comentarios y validaciones instantáneas.
¿El resultado?
Aumenta la ansiedad, la comparación constante y la sensación de insuficiencia.
Según estudios recientes de la Asociación Estadounidense de Psicología (APA), el uso excesivo de redes sociales se ha asociado con una baja autoestima, especialmente en jóvenes. En México, una encuesta de Statista (2023) reveló que más del 70% de los usuarios activos en redes admiten que su estado de ánimo se ve afectado por las reacciones que reciben en línea.
Aquí te dejo 3 recomendaciones:
Valídate tú primero: Antes de publicar o compartir algo, reconoce por qué es importante para ti, aunque nadie más lo entienda.
Nada más valioso que la autenticidad: Cuando mostramos algo real, tal vez no le guste a todos, pero conectará más profundamente con quienes sí.
Rodéate de gente que te vea de verdad: Un solo comentario genuino como “eso que hiciste estuvo increíble”puede valer más que cien likes.
Yo sigo en el camino. A veces subo algo y espero esa reacción. Otras veces, como hoy, escribo sabiendo que compartir este mensaje me hace bien a mí.
Me hace bien recordarme que yo soy quien define mi propio valor.
Ojalá que esta semana podamos mirarnos con más amor, y también aprender a sostener esa mirada, incluso cuando las demás no están… o cuando los likes que esperábamos no llegan.
Caro Hernández