La piedra que no soltaba

En cada pueblo, por pequeño que sea, hay historias que nos muestran el peso invisible que cargan las personas. Este relato de Daichi es un recordatorio de cómo los recuerdos pueden transformarse en prisiones si no aprendemos a soltarlos.

—Momsy ♥

En la aldea de Yoshino vivía Daichi, un hombre que siempre hablaba de lo que había perdido. Contaba a cualquiera que lo escuchara cómo en su juventud había tenido tierras fértiles, un caballo veloz y una familia numerosa. Pero una tormenta arrasó sus campos, el caballo murió y la peste le arrebató a sus seres queridos.

Años después, seguía repitiendo las mismas historias. Los niños lo llamaban “el hombre de las desgracias”, porque nunca hablaba de otra cosa.

Un día llegó al pueblo el maestro zen Ensho. Al ver a Daichi sentado en la plaza, cargando con sus relatos de dolor, le preguntó:

¿Qué llevas en la espalda?
Nada —respondió Daichi.

El maestro sonrió y sacó de su túnica una piedra pesada, del tamaño de una calabaza. La colocó en los brazos del hombre.

Ahora llévala contigo durante un día.

Daichi, confundido, obedeció. Caminó con la piedra mientras hacía sus labores. Al principio pensó que sería fácil, pero pronto la carga se volvió insoportable. Al caer la tarde, regresó jadeando.

Maestro, ¿por qué me diste esta tortura?

Ensho respondió:

¿Tortura? Solo llevaste una piedra por unas horas. Tú cargas piedras invisibles desde hace veinte años: recuerdos de lo que perdiste, culpas y dolores que ya no existen, salvo en tu mente.

Daichi bajó la mirada.

Pero si suelto mi pasado, ¿qué me queda?

El maestro lo llevó al río. Tomó la piedra y la arrojó al agua. Las ondas se expandieron, y en segundos el río volvió a fluir tranquilo.

Lo que queda es lo mismo que ves aquí: movimiento. La vida no se detiene en tus recuerdos. Tú te detuviste.

Esa noche, Daichi apenas pudo dormir. Sentía que algo dentro de él se removía.

A la mañana siguiente, se levantó temprano, cosa que no hacía en años, y fue al campo. Vio a los niños jugar, a los campesinos sembrar y a las mujeres lavar ropa en el río. Todo parecía distinto, aunque era lo mismo de siempre.

Con el tiempo, Daichi empezó a hablar menos de lo que había perdido y más de lo que veía en el presente: una cosecha que crecía, un amanecer despejado, una sonrisa que lo saludaba.

Un día, un niño le preguntó:

¿Y tus desgracias, abuelo?

Daichi sonrió.

Se hundieron en el río, igual que la piedra. Ahora prefiero mirar cómo corre el agua.

Los aldeanos se sorprendieron de su cambio.

El hombre que había sido prisionero del pasado se volvió consejero de los jóvenes, enseñándoles que la memoria puede ser maestra, pero nunca carcelera.

Y cada vez que alguien se lamentaba por lo que ya no estaba, Daichi repetía la enseñanza de Ensho:

“La piedra que no sueltas no es peso del pasado… es cárcel del presente.”

 

Reflexión

Todos cargamos piedras invisibles: recuerdos, pérdidas, culpas o dolores.

El relato de Daichi nos enseña que soltar no es olvidar, sino recuperar la libertad de vivir el presente.

La vida fluye como un río, y cuando soltamos la piedra, dejamos de ser prisioneros de lo que fue para volver a caminar hacia lo que es.

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Texto de autor desconocido (sabiduría popular)

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