Hay aprendizajes que no llegan con palabras, sino con viento en la cara.
Hay quienes quieren volar antes de tiempo
y hay quienes aman tanto que prefieren ser alas antes que testigos de una caída.
Hoy, te cuento de un halconcito llamado Aren y de un padre que no solo enseñaba a volar,
enseñaba a esperar.
—Momsy ♥
En lo alto de un acantilado, donde el viento acariciaba las nubes, vivía un joven halcón llamado Aren, junto a su padre, Don Aurelio, el halcón más sabio y fuerte de la región. Desde su nido, Aren observaba el cielo abierto y soñaba con volar tan alto como su padre.
Un amanecer, el sol pintó el horizonte de tonos dorados. Aren extendió sus alas y dijo emocionado:
—¡Papá, quiero volar hoy mismo! ¡Quiero sentir el viento en mis plumas!
Don Aurelio lo miró con serenidad.
—Hijo, tu tiempo llegará, pero aún no estás listo. Necesitas aprender a controlar las corrientes, o una ráfaga podría lanzarte contra las rocas.
Aren agitó sus alas con impaciencia.
—¡Siempre dices lo mismo! Si nunca salto, nunca aprenderé.
—Aprender no significa arriesgar tu vida, Aren. Volar no es solo abrir las alas: es saber cuándo y cómo hacerlo —respondió el padre, con voz firme.
Pero Aren no escuchó.
Cuando Don Aurelio salió a buscar alimento, el pequeño halcón se acercó al borde del nido.
El cielo se extendía infinito, llamándolo.
—Solo será un salto —susurró, mirando el vacío—. Soy un halcón… ¡volar está en mi naturaleza!
Abrió las alas y se lanzó. Por un instante, sintió la emoción más intensa: el viento lo abrazaba, el mundo se abría ante sus ojos.
Pero la ráfaga llegó.
Un golpe brutal lo lanzó hacia un costado. El acantilado parecía acercarse a toda velocidad.
—¡Papáaaa! —gritó Aren, girando sin control.
En un instante, una sombra cruzó el cielo.
Era Don Aurelio, descendiendo con la fuerza de una flecha.
Con un giro magistral, atrapó a su hijo entre sus garras y lo elevó antes de que tocara las rocas.
Cuando regresaron al nido, Aren temblaba, con las alas abiertas y el corazón latiendo como un tambor.
—Papá… pensé que querías detenerme, pero solo querías salvarme —dijo con la voz quebrada.
Don Aurelio lo cubrió con sus alas y susurró:
—Hijo, volar no es para quien tiene prisa, sino para quien sabe esperar. Confía en quien ve más lejos que tú.
Desde aquel día, Aren aprendió que la paciencia también es valentía.
Y cuando llegó el momento de su primer vuelo verdadero, su padre lo acompañó,
y el cielo fue suyo para siempre.
Reflexión
A veces creemos que volar es solo extender las alas, pero se nos olvida que también hay que aprender a leer el viento, a reconocer las ráfagas que arrastran y los silencios que sostienen.
Aren tenía alas, sí.
Pero no tenía aún la mirada que ve más allá del impulso.
Y Don Aurelio, como todo buen padre, sabía que amar no es detener, es cuidar.
Porque no todo salto es crecimiento y no todo riesgo vale la caída.
Hay veces, que querer no es suficiente. Hay que estar lista.
Y hay que confiar en quien te ama tanto, que incluso es capaz de sostenerte cuando tú crees que ya puedes sola.
La paciencia no es miedo, es sabiduría con alas.
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Texto de autor desconocido (sabiduría popular)