Foto: Dirección General de Comunicación Social UNAM
México podría quedarse sin glaciares en los próximos cinco años. Lo que antes eran paisajes blancos permanentes en las cimas del Citlaltépetl, el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl, hoy apenas sobreviven en condiciones críticas. Así lo advirtió Hugo Delgado Granados, investigador del Instituto de Geofísica de la UNAM, quien alertó que su desaparición tendrá efectos profundos en el clima, la agricultura y la disponibilidad de agua para las personas.
“La disminución del vital líquido que proporcionan afecta al clima local, la agricultura y disponibilidad de este recurso para consumo humano, razón por la cual debemos planear las medidas de adaptabilidad a las nuevas condiciones”, explicó el especialista durante la mesa de trabajo “Glaciares, cambio climático y gestión local de caudales hídricos”, organizada por la Coordinación Universitaria para la Sustentabilidad (CoUS) en el marco del Día Mundial de los Glaciares.
Delgado detalló que, aunque ya no es posible conservar estos glaciares, su desaparición representa una pérdida para los sistemas hidrológicos regionales. En el caso del Iztaccíhuatl, dijo, “se niegan a morir” gracias a la protección de las estructuras volcánicas, pero ya son masas de hielo mínimas. El Popocatépetl, en cambio, ha perdido su glaciar debido a la combinación del calentamiento global y su constante actividad eruptiva. En cuanto al Citlaltépetl, también conocido como Pico de Orizaba, la situación es crítica: en cinco años ha perdido el 20 por ciento de su masa glaciar, y ahora es posible ver su base rocosa expuesta. “Parece que el volcán quiere despertar”, comentó Delgado, al referirse a los indicios de actividad volcánica creciente.
El retroceso de los glaciares mexicanos es uno de los síntomas más visibles del cambio climático. Para Francisco Estrada Porrúa, coordinador del Programa de Investigación en Cambio Climático de la UNAM, el problema no solo es ambiental, sino económico. México está experimentando un calentamiento más rápido que el promedio global: mientras el planeta se calienta a un ritmo de 2 grados por siglo, en el país esa cifra asciende a 3.2 grados. Solo en 2023, la anomalía fue de 2.14 grados por encima del periodo preindustrial. “Esto tiene alto costo para las naciones”, aseguró Estrada, y explicó que las repercusiones ya comienzan a sentirse en sectores estratégicos como el corredor industrial mexicano.
El agua que se pierde con los glaciares también deja en evidencia los problemas de gestión de este recurso. Sophie Ávila Foucat, investigadora del Instituto de Investigaciones Económicas, compartió que, según datos de CONAGUA, el 67.8 por ciento del agua consumida en el país se destina al sector agropecuario, mientras que solo el 14.7 por ciento va al uso público y doméstico. “Sigue habiendo un problema de acceso al agua en las zonas rurales”, subrayó.
Ávila presentó resultados de una investigación publicada en la revista Environmental Management, donde se analizan las redes de colaboración entre actores involucrados en la gestión de los servicios ecosistémicos hidrológicos. El estudio, centrado en la cuenca Copalita-Huatulco, muestra que mientras las redes de gestión ambiental y del uso del suelo son diversas y policéntricas –con un rol clave de las organizaciones no gubernamentales–, la red de aprovechamiento físico del agua sigue siendo centralizada y dominada por el gobierno.
Para la especialista, este desequilibrio limita la buena gobernanza del agua. “Los servicios ecosistémicos hidrológicos deben retomarse y el papel de las comunidades tiene que ser más importante de lo que ocurre ahora”, concluyó.
La posible desaparición de los glaciares mexicanos no es solo una pérdida para el paisaje o la ciencia, sino una llamada de atención para repensar cómo gestionamos el agua, cómo enfrentamos el cambio climático y cómo protegemos los recursos que aún nos quedan.